Este mediodía hacía un calor extremo. Apenas corría una brizna de aire. Pensaba en mi hermoso Dominó, y en lo precioso que se pone cuando se azora por alguna nimiedad. Se le inyectan las venas y se queda paralizado, con sus profundos ojos oscuros fijos en el horizonte. Me pregunto que pasa por su cerebro. Sus ollares, henchidos. Sus orejas, menudas, enhiestas, en posición de alerta máxima. Cuadrándoseme en su box cual general, espera ser enjaezado. Es tan ceremonioso todo él que se diría rescatado de una novela de caballerías. Espera, atento, el momento preciso, para seguirme, disciplinado.
No había nadie. El aire olía a verano y las golondrinas, azarosas, revoloteaban en torno a sus recién ocupados nidos, en las proximidades de los boxes.
Le dí cuerda, aunque esta vez, de modo diferente. Paseamos, el uno junto al otro, cual dos enamorados. Ensimismada en su contemplación, apenas me percaté de la presencia de la pequeña perrita de las cuadras, una Border collie simpática y cariñosa, increíblemente obsesionada con los caballos. Ella siempre se suele apostar junto al cercado, contemplando las patas de los animales y controlando su instinto, que es el de ir en pos de ellos.
Esperaba, paciente, que yo acabara, aunque esta vez, con una inusual cercanía.
Dominó se había percatado de la escasa distancia y se mostraba algo temeroso. Nos detuvimos. Acaricie sus calientes ollares y le tranquilice. Llamé a la perra. Ella se acerco, despacio, como conociendo el delicado papel que le había encargado.
Dominó aceleraba su respiración, pero seguía inmóvil, obediente a mis órdenes.
Una vez frente a frente, Dominó ejecutó una espectacular levada alta. La perrita no se movió, tan sólo se aplastó contra el suelo.
Dominó volvió a caer sobre sus patas, en la misma posición que instantes antes había abandonado y me miraba. Le acaricie tantas veces que perdí la cuenta. Hablamos los tres.
El Sol seguía atormentándo la tertulia.
La perrita dio un paso y Dominó agachó la cabeza. Resopló sobre su nuca y ella le lamió, confiadadamente descarada, los ollares. El tembló, pero apenas se inmutó.
Durante un rato después, Dominó trotaba, caminaba, oteaba el horizonte. Su mirada era, como siempre, altiva. Su porte, magnífico. Su actitud, más relajada. Yo sentía una gran excitación en mi interior. Mi pequeño gran bruto estaba feliz. Me lo intentaba decir por todos los medios. Me buscaba,..y me encontraba. Paseamos algo más, degustamos unas frescas zanahorias tras una breve ducha y decidimos descansar. Una velada deliciosa.
Un saludo
*Editado por - Luisa on 04/06/2004 12:48:27