El baile secreto de Dominó
(Capítulo XXXXXXXVI)
)
La otra tarde, engalané mi caballo picazo siguiendo devótamente todo el ritual que tanto me deleita.
Salimos a la gran pista exterior. Un cielo lleno de desdibujados cirros y nubecillas traviesas de color rosa nos ofrecía un horizonte que ínvitaba a soñar despierto.
Un intenso perfume a hierba mojada se revolcaba por cada escondrijo e inundaba el ambiente de frescor engalanado de otoño.
Dominó se azoraba, sediento de libertad y repleto de ganas.
Resoplaba, conteniendo su poderío, respetuoso y siempre atento a la más mínima señal que pudiera hacerle desplegar sus hermosas alas blancas.
Me encanta verlo así, lleno de fulgor, radiante todo él, sintiéndose seguro entre mis piernas, esperando una palabra, un gesto.
Disfruté como un crío, jugueteando con sus ansias, apaciguando su impetu, acorde con el mío,...intentando demostrarle que es preciso aguardar el momento, aunque, en el fondo, mis ganas de despegar fueran tan incontrolables como las suyas.
En un momento mágico, Dominó comenzó a bailar.
No era un repiqueteo retrotado. Era toda una danza,...y era para mí.
Piafó elegantemente sobre la arena húmeda, con toda la cadencia y belleza que mi desconcierto no supo en aquel instante reconocer.
Tras ello, Dominó avanzó, como dejándome ver todo lo que él podía hacer para complacerme. Levantó sus manos del suelo y me ofreció un espectacular passage, lleno de duende.
Me sentí apabullada, sin palabras. Descubrí un poco más de él y me sentí más involucrada. Seguimos trabajando, ya más calmados. El sabía que me gustaba lo que había hecho, su ofrenda de amor...
Un saludo.