Copiado literalmente de El Correo Digital:
Un perro muere en Sestao al estallarle en la boca un petardo de 20 centímetros durante la pasada Nochevieja
'Bull' había estrenado el nuevo año con ganas de diversión, pero un petardo de casi 20 centímetros de longitud y con forma de inocente caramelo azul se interpuso de forma fatal en su camino la pasada Nochevieja en Sestao. Aitor, uno de sus dos dueños, luchó hasta el último segundo por arrancarle el artefacto de la boca, aunque el entusiasmado perro tradujo en juegos todos sus esfuerzos. La tremenda explosión le desgarró las mandíbulas y, a pesar de los cuidados de la veterinaria que le atendía desde cachorro, acabó con su vida en apenas 24 horas.
Según explica su propietario, el can pudo confundir la forma del petardo con un hueso o el ruido de la mecha con el bufido de un gato. Lo cierto es que este 'bull terrier' blanco con pintas negras y poco más de tres años, no dudó en apresar de un bocado la bomba pirotécnica que alguien había lanzado. Al parecer, un joven quería sorprender a sus amigos con este 'regalo', que desencadenó la tragedia.
«Después de cenar sacamos a 'Bull' para que hiciese sus necesidades. Estábamos con unos amigos cuando todo pasó de repente», recuerda la novia de Aitor. Nada más percatarse de lo que ocurría, el joven se lanzó sobre el 'terrier' para arrancarle el petardo de la boca. Luego intentó sin éxito apagar la «maldita mecha» y, en un último intento, propinó varias patadas al animal con la esperanza de que lo soltase. La histeria se había apoderado de toda la cuadrilla, cuyos miembros temían que el estallido alcanzara al joven. «Apenas tuvo tiempo para darse la vuelta un instante antes de la explosión», recuerdan.
«Uno más de la pandilla»
En ese momento, los jóvenes se lanzaron desesperados a la búsqueda de un veterinario que atendiese a su mascota en plena celebración de Nochevieja. Con el coche bañado en sangre, fueron a la clínica de Santurtzi en la que trataban habitualmente a 'Bull', pero estaba cerrada. Al final, Unai y Aitor encontraron un profesional en Barakaldo que acogió al can pero, ante la gravedad de las lesiones, al día siguiente les aconsejó acabar con su sufrimiento. Falleció en la madrugada del domingo.
Los dos lloraron como niños y sus parejas sufrieron ataques de ansiedad. «Era uno más de la pandilla. Venía con nosotros a todos los sitios, a Noja, a la playa, de camping...», explicaba Unai, que lamenta la falta de precaución del portador del petardo. «Ni siquiera tuvo valor para dar la cara. Menos mal que uno de nosotros le vio y le identificamos», apunta. De hecho, al día siguiente la pandilla le obligó a acudir al veterinario para que comprobase por sí mismo la crueldad de su 'broma'. «Al ver al animal se limitó a decir que lo sacrificásemos y que, si hacía falta, nos compraba otro; ya no nos podrá devolver a nuestro perro, pero va a pagar hasta el último euro de sus cuidados, vaya que sí», advertían. El único consuelo que les queda ahora es 'Noa', un cachorro de siete meses, que jugaba ayer ajena al trágico final de su padre.
Un perro muere en Sestao al estallarle en la boca un petardo de 20 centímetros durante la pasada Nochevieja
'Bull' había estrenado el nuevo año con ganas de diversión, pero un petardo de casi 20 centímetros de longitud y con forma de inocente caramelo azul se interpuso de forma fatal en su camino la pasada Nochevieja en Sestao. Aitor, uno de sus dos dueños, luchó hasta el último segundo por arrancarle el artefacto de la boca, aunque el entusiasmado perro tradujo en juegos todos sus esfuerzos. La tremenda explosión le desgarró las mandíbulas y, a pesar de los cuidados de la veterinaria que le atendía desde cachorro, acabó con su vida en apenas 24 horas.
Según explica su propietario, el can pudo confundir la forma del petardo con un hueso o el ruido de la mecha con el bufido de un gato. Lo cierto es que este 'bull terrier' blanco con pintas negras y poco más de tres años, no dudó en apresar de un bocado la bomba pirotécnica que alguien había lanzado. Al parecer, un joven quería sorprender a sus amigos con este 'regalo', que desencadenó la tragedia.
«Después de cenar sacamos a 'Bull' para que hiciese sus necesidades. Estábamos con unos amigos cuando todo pasó de repente», recuerda la novia de Aitor. Nada más percatarse de lo que ocurría, el joven se lanzó sobre el 'terrier' para arrancarle el petardo de la boca. Luego intentó sin éxito apagar la «maldita mecha» y, en un último intento, propinó varias patadas al animal con la esperanza de que lo soltase. La histeria se había apoderado de toda la cuadrilla, cuyos miembros temían que el estallido alcanzara al joven. «Apenas tuvo tiempo para darse la vuelta un instante antes de la explosión», recuerdan.
«Uno más de la pandilla»
En ese momento, los jóvenes se lanzaron desesperados a la búsqueda de un veterinario que atendiese a su mascota en plena celebración de Nochevieja. Con el coche bañado en sangre, fueron a la clínica de Santurtzi en la que trataban habitualmente a 'Bull', pero estaba cerrada. Al final, Unai y Aitor encontraron un profesional en Barakaldo que acogió al can pero, ante la gravedad de las lesiones, al día siguiente les aconsejó acabar con su sufrimiento. Falleció en la madrugada del domingo.
Los dos lloraron como niños y sus parejas sufrieron ataques de ansiedad. «Era uno más de la pandilla. Venía con nosotros a todos los sitios, a Noja, a la playa, de camping...», explicaba Unai, que lamenta la falta de precaución del portador del petardo. «Ni siquiera tuvo valor para dar la cara. Menos mal que uno de nosotros le vio y le identificamos», apunta. De hecho, al día siguiente la pandilla le obligó a acudir al veterinario para que comprobase por sí mismo la crueldad de su 'broma'. «Al ver al animal se limitó a decir que lo sacrificásemos y que, si hacía falta, nos compraba otro; ya no nos podrá devolver a nuestro perro, pero va a pagar hasta el último euro de sus cuidados, vaya que sí», advertían. El único consuelo que les queda ahora es 'Noa', un cachorro de siete meses, que jugaba ayer ajena al trágico final de su padre.