Todo evoluciona, en función de su entorno, de sus necesidades, del conocimiento. La doma vaquera, la doma de campo para acosar y derribar no ha sido una excepción. Las nuevas generaciones de jinetes han avanzado notablemente en sus conocimientos ecuestres, disponen de caballos, distintos, más veloces y con una doma diferente. El factor tiempo tiene un valor muy importante. Hoy no se dispone, como antiguamente, de vaqueros, guardas y hombres con esos oficios camperos que les exigían estar muchas horas a caballo y, gracias a ello, los caballos se “ahormaban” y, casi sin proponérselo, se domaban. Actualmente, esos oficios no existen. Las generaciones jóvenes disponen de escaso tiempo y deben aprovecharlo eficazmente.
La doma para acoso y derribo ha evolucionado. En algunos aspectos, para mejor y en otros, quizás para empeorar. Las serretas, la sangre de las espuelas afiladas, los grandes bocados de boca de sapo, asa de caldera y cuello de pichón, han dado paso a otros más pequeños que se manejan con técnicas más depuradas de doma que producen mejores resultados. En corto, la doma es más ortodoxa. Más racional y académica.
Hemos perdido ciertos aires camperos muy útiles. Caballos dóciles, obediente, esos que “echabas las riendas al suelo” y se quedaban descansando en tres patas. Que andaban mucho y bien, metiendo los pies y tirando el mosquero de oreja a oreja. Acostumbrados a que se les “echara” la montura al amanecer y se les quitase a sol puesto. A comer escasamente sólo dos piensos al día y un agua. Los caballos de guardas, vaqueros, aperadores y propietarios de grandes cortijadas y dehesas.
Actualmente, se exige más. Se acosa en correderos más cortos. Se suelta más. A los caballos se les pide que galopen acompasadamente el tiempo que sea necesario detrás de la res hasta que el jinete “vea” la echada. Sin protestar. Cediendo la espalda. Ganando terrenos hacia adentro, comprimidos y prestos a dar la echada sin descomponerse y cargando la suerte. Esto es distinto. Más profesional por describirlo ortodoxamente. Pero no cabe duda. Se doma de una forma más técnica. Los jóvenes jinetes saben más de técnicas ecuestres y las aplican. Realmente me atrevo a decir que se ha avanzado hacia mejor.
De los caballos hay también mucho que hablar. Hoy se usan caballos más cruzados, más altos de sangre, con más temperamento que aquellos bastos españoles de hace un siglo.
De las reses también hay mucho que comentar. Antes se corría sólo ganado autóctono, a medias carnes, ligeros y alimentados únicamente con lo que daba la dehesa. Hoy se corren ganados de razas extranjeras tales como el charoláis o el limusin y sus cruces. Son más rápidos, más gordos, con diferentes reacciones. Es decir requieren la doma que antes comentaba. Caballos muy sometidos, muy domados, en la mano, rápidos a obedecer.
Resumiendo, la doma de campo para acosar y derribar, ha evolucionado. No digamos ya en las pistas de doma vaquera. Ahí si que se evolucionado enormemente. Pero, repito, perdiendo sabor campero. Aires de dehesa. Las pistas han enseñado mucho, pero como todo en la vida, hay que tomar los avances con precaución. Sin perder la esencia. Gracias a Dios aun quedan jinetes de antaño que son espejos en los cuales podemos mirarnos para recuperar nuestras raíces.
La doma para acoso y derribo ha evolucionado. En algunos aspectos, para mejor y en otros, quizás para empeorar. Las serretas, la sangre de las espuelas afiladas, los grandes bocados de boca de sapo, asa de caldera y cuello de pichón, han dado paso a otros más pequeños que se manejan con técnicas más depuradas de doma que producen mejores resultados. En corto, la doma es más ortodoxa. Más racional y académica.
Hemos perdido ciertos aires camperos muy útiles. Caballos dóciles, obediente, esos que “echabas las riendas al suelo” y se quedaban descansando en tres patas. Que andaban mucho y bien, metiendo los pies y tirando el mosquero de oreja a oreja. Acostumbrados a que se les “echara” la montura al amanecer y se les quitase a sol puesto. A comer escasamente sólo dos piensos al día y un agua. Los caballos de guardas, vaqueros, aperadores y propietarios de grandes cortijadas y dehesas.
Actualmente, se exige más. Se acosa en correderos más cortos. Se suelta más. A los caballos se les pide que galopen acompasadamente el tiempo que sea necesario detrás de la res hasta que el jinete “vea” la echada. Sin protestar. Cediendo la espalda. Ganando terrenos hacia adentro, comprimidos y prestos a dar la echada sin descomponerse y cargando la suerte. Esto es distinto. Más profesional por describirlo ortodoxamente. Pero no cabe duda. Se doma de una forma más técnica. Los jóvenes jinetes saben más de técnicas ecuestres y las aplican. Realmente me atrevo a decir que se ha avanzado hacia mejor.
De los caballos hay también mucho que hablar. Hoy se usan caballos más cruzados, más altos de sangre, con más temperamento que aquellos bastos españoles de hace un siglo.
De las reses también hay mucho que comentar. Antes se corría sólo ganado autóctono, a medias carnes, ligeros y alimentados únicamente con lo que daba la dehesa. Hoy se corren ganados de razas extranjeras tales como el charoláis o el limusin y sus cruces. Son más rápidos, más gordos, con diferentes reacciones. Es decir requieren la doma que antes comentaba. Caballos muy sometidos, muy domados, en la mano, rápidos a obedecer.
Resumiendo, la doma de campo para acosar y derribar, ha evolucionado. No digamos ya en las pistas de doma vaquera. Ahí si que se evolucionado enormemente. Pero, repito, perdiendo sabor campero. Aires de dehesa. Las pistas han enseñado mucho, pero como todo en la vida, hay que tomar los avances con precaución. Sin perder la esencia. Gracias a Dios aun quedan jinetes de antaño que son espejos en los cuales podemos mirarnos para recuperar nuestras raíces.