El acoso y derribo es una modalidad taurina espectacular, que ha derivado de una primitiva faena campera, ejercida magistralmente por picadores y, en menor medida, por ganaderos, en una modalidad pseudodeportiva; no obstante, es necesario estar en posesión de una Licencia Deportiva Nacional para tomar parte en las distintas competiciones, como la celebrada este pasado fin de semana en la localidad sevillana de Los Palacios.
Su tradición, como espectáculo en sí, se remonta al siglo XVIII; de hecho, se puede afirmar que es la suerte que se realiza con toros que menos modificaciones ha sufrido con el paso del tiempo. La suerte del acoso y derribo de ganado tiene su raiz en el manejo del toro a campo abierto y la faena campera del tentadero de machos. En el tentadero a campo abierto es necesario apartar al macho y conducirlo hacia la zona en la que espera, en la soledad del campo, el picador. Los machos no se torean, pero la forma de entrar al caballo y su reacción al sentir la leve puya en su lomo son pistas importante para el ganadero a la hora de seleccionar.
La garrocha que se utiliza en el acoso y derribo debe descubrir de la puya tan sólo una media pulgada, para que apenas pueda servir de empuje a la res sin resbalar sobre la piel, pero sin hacerle más daño, por mucho que sufra varios intentos. Un aspecto fundamental es que los caballos que corren estén bien domados, sean fuertes y ligeros. Deben tener fuerza porque es en realidad el caballo el que transmite el empuje para el derribo, y no el brazo del garrochista, que no hace otra cosa sino sostener la vara; y ligero porque en la velocidad del caballo se libra, precisamente, la violencia del impulso, y con él el éxito de la echada.
Antes de la echada es necesario correr a la res, para que en su carrera final esté ‘templada’ y no descompuesta en una violenta carrera recién iniciada. A todo palo tendido debe procurarse agarrarla en lo más alto y trasero de las ancas, pues es el punto en el que, empujándola, se logra mejor desequilibrar y hacer caer a la res. La velocidad del caballo debe ir atemperándose a la del animal durante el acoso o carrera previa, pero en el momento de consumarse el lance del derribo ha de superarla en mucho, en violento y calculado acosón.
Los que acosan son siempre dos jinetes, formando la ‘collera’. El que tiene la misión de derribar –entra por el lado derecho del animal- se denomina ‘garrochista’, mientras que su compañero de collera es el ‘amparador’, quien tiene la importante misión de acosar –por el lado izquierdo- a la res instantes antes de la echada para atajar la dirección del animal y hacerla sesgarse ligeramente en su carrera para que el ángulo de empuje del garrochista favorezca el derribo.
Existe una frase hecha en esta faena que encierra la importancia de una buena conjunción de amparador y garrochista y delimita cuáles son sus funciones: ‘Dámela bien amparada que yo te la daré bien derribada’.