Fillis lo explica más o menos así: Colocamos al caballo entre la pared de la pista y nuestro cuerpo. Nos colocamos a la altura de su espalda, y tocamos muy suavemente la mano que temenos más cerca con la fusta, entre el codo y la cuartilla. El caballo no va a entenderlo al principio, y va a querer escapar, cosa que le impide la pared, nuestro cuerpo, y el hecho de que lo tenemos cogido por las riendas. A los pocos intentos debe manifestar su inquietud escarbando en el suelo con la mano que estamos tocando. Ahí se para, se le acaricia para indicar que eso es justo lo que se le pide, y hasta el día siguiente. Al cabo de muchos días de practicar, el caballo elevará la mano antes de que le toquemos, y la elevará hasta donde le pedimos, es decir, en completa extensión. Toca empezar de nuevo, pero con la otra mano. Una vez tenemos las dos manos preparadas, debemos enseñarle a posarlas en el suelo de la manera correcta, lo que se consigue pidiendo al caballo (con la riendas) que avance justo cuando tiene la mano en su másima elevación y extensión.
Luego ya viene el trabajo montado, donde sustituimos la fusta por la acción conjunta de las riendas y las piernas, ayudándonos al principio con un toque de fusta en la espalda correspondiente.