Clinic Acoso y Derribo

Hola a todos.

Tras disfrutar del clinic, les dediqué unas palabras...

¡¡No dejeis pasar la oportunidad si se os presenta...!!

ACOSO Y DERRIBO…TODO UN SENTIMIENTO.

Hace tiempo, comentábamos Antonio y yo, sobre la posibilidad de iniciarnos en el acoso y derribo como una forma de seguir haciendo algo relacionado con el caballo en los meses en los que no podíamos correr liebres. ¡Qué confundido estaba! Hacer algo para seguir con el caballo….cuando el ACOSO es un sentimiento, no una forma de “rellenar” el año ecuestre.
Desde ese momento, y aunque antes ya rondaba dentro de mi cabeza, aquello empezó a ronronear con más intensidad. Una cabeza que como dice mi amigo Manolo, “no se pela, sino se entresaca…”.
Cierto día, galopando por la red buscando cosas de caballos, como no podía ser de otra manera, encuentro un anuncio ante el que pegué un parón de los que hacen historia…”1º Clinic de Acoso y Derribo” ¡¡Casi ná!!
Sin dudarlo, como se hacen las cosas con los jacos, hice gestiones y me apunté como el que se embarca hacia lo desconocido, como los marineros de las tres carabelas que no sabían qué se iban a encontrar, pero se subieron al barco.
Empieza uno a ver videos, incluso a asistir a algún campeonato, en mi caso el de Badajoz, a fijarse bien la forma de coger la garrocha, la manera que van los caballos, los sitios en los que se ponen, cómo mueven ese bendito palo de un lado a otro del caballo, y en definitiva, a estudiar un poco más en profundidad todo ese gran mundo tan desconocido para mi.
A medida que se acercaba el día, uno anda con más ilusión si cabe, los días parecen pasar más lentos.
Aquellas tardes a caballo en Écija, al calentar o enfriar los caballos, cuando uno va relajadito por un camino de la campiña, pensando en lo que le va a trabajar hoy o en cómo ha ido la sesión, en qué he fallado, qué puedo mejorar mañana…ya la mente se iba hacia otro lado, pensaba en qué me depararía esa aventura del acoso, cómo sería, y en mis manos apareció una garrocha en forma de palo de varear aceitunas, que era lo más parecido a aquel palo que yo veía en mis sueños…
Esos ratitos aprovechaba para ir acostumbrando a mi yegua a no asustarse del palo, a ir cogiéndola como parecía que la cogían los garrochistas, a buscarle el equilibrio para que no se me cayera al suelo, a apuntarle a todo lo que aparecía por el camino…pero de pronto una llamada de teléfono hizo que todo diera un repentino cambio, una media vuelta a galope que me hizo trasladarme a Sevilla por la enfermedad de mi padre. La vara de las aceitunas, los caballos, el clinic, el campo…todo pasó a un segundo plano.
Tras un mes muy largo, donde todo aquello estaba aparcado, la enfermedad pudo con él y llegó la tristeza. La tristeza que entre la familia, mi querida Carola y los amigos, había que ir asimilando y sustituyendo por otro sentimiento.
Cierto día, alguien al que tan sólo conocía por Internet y por varias llamadas de teléfono preocupándose por el estado de mi padre, me envía a mi casa por mensajero algo que no alcanzaba a saber qué era. Parecía algo redondo, muy largo, envuelto en sacos, y que no imaginaba qué era. Pues, D. Tomás Sánchez, me manda una garrocha a mi casa, ¡¡Mi primera garrocha!! Gracias Tomás.
Aquel sentimiento que se aparcó, empezó a volver…
Entre todos me ayudaron a seguir, a irme al campo con los caballos, como todas las tardes, a volver a la realidad, a afrontar y superar “eso” que no me dejaba seguir.
No sé todavía cómo, ya que la cabeza nos juega malas pasadas, me vi de nuevo encima de la yegua con un palo que pesaba “un quintá”, nada parecido a mi “palito de varear”, pero que había que subirlo y bajarlo, moverlo e irse acostumbrando a él si quería aprender algo en aquel clinic que casi tenía olvidado.
El palo era una cosa y la yegua otra, así que pregunté a ver qué ejercicios eran convenientes realizar para que luego fuera más fácil, y entre unos pocos me siguieron ayudando.
Quedaba una semana y todo se intensificaba, alguna que otra noche los nervios me traicionaban, parecían esas noches cuando era pequeño en las que al día siguiente nos íbamos de liebres y no había forma de “pegar ojo…”.
Me daba cuenta que tenía una ilusión que hacía tiempo no sentía. Aquella tristeza de semanas atrás había casi desaparecido, aunque la procesión va por dentro…
La tarde antes de salir hacia Moraleja, no paraba de dar vueltas por la cuadra, aquello parecía un manicomio, limpiando arreos, preparando todas las cositas que me podían hacer falta, metiendo todo en el van para no perder tiempo al día siguiente, sacando de nuevo las cosas, volviéndolas a meter…¡más de uno sabrá a lo que me refiero!
La mañana del viernes, con todo preparadito, saco a la yegua del cercado y antes de subirla al van, nos miramos y sin mediar palabra, porque los “amigos” con mirarse se entienden, partimos hacia Cáceres…
Tras un viaje donde la mente va más ligera que un caballo cuando salta la liebre, los sentimientos seguían aflorando.
Una vez allí, en “Cuartos de Marín”, finca de D. Israel Alonso, empezó aquello que llevaba tiempo dando vueltas en mi cabeza.
Me recibió Israel y los sentimientos no paraban, en poco tiempo hizo que me sintiera como en mi casa, parecía que era el encuentro de dos viejos amigos.
Me presentó a D. Ignacio Molina y a D. Miguel Higueros, maestros del clinic y magníficos garrochistas, y como no a D. Ramón Duarte, que se preocupó mucho de que no me quedará muy atrás, que participara en aquella “fiesta”.
Casi sin darme cuenta, estaba encima de la yegua yendo hacia el corredero rodeado de personas que manejaban sus garrochas y sus caballos como si fuera algo fácil, sencillo, sin prestar mucha atención…¡Qué admiración sentí esa tarde!.
Al rato, estaba rodeado de caballos, garrochas, vacas, y siguió ese afán de aprender, donde las orejas se me movían como las de los caballos, no quería dejar de oír nada.
Mi padre ya me dijo en su día, que ante personas que saben, lo mejor es escuchar con atención, que si uno habla, no deja que le cuenten…y sólo me limité a hacer alguna que otra pregunta y a tener los ojos muy abiertos.
Las pretensiones mías eran aprender y empezar a acostumbrar a mi yegua al ganado, ya que tan sólo un día en casa de un amigo la había podido poner cerca de una vaca. Gracias Jesús.
Al rato, casi sin darme cuenta, de tanto arrimar a la yegua a una vaca echada para dejar que la oliera, y de tan poco conocimiento de acercarme sin tener una salida prevista, siento un topetazo y un giro de “Tormenta” intentando salir de allí…por poco si voy al suelo. Allí nadie se rió, como suele pasar, sino que con esa paciencia infinita que han demostrado, empezaron a explicarme las formas y maneras de tratar al ganado.
Como la yegua no estaba preparada, Miguel me sorprendió muy gratamente dejándome uno de sus caballos. Lo tomé como un regalo, porque ya dice el refrán que “las plumas, las mujeres y los caballos, no se prestan…”. Ese caballo y la amabilidad de Miguel, hicieron que aquella tarde amenazante de lluvia, fuera una de las que no olvidaré en mi vida. Ese caballo maestro, me enseñó “sin hablarnos”, que lo dejara hacer, que ya me iría poniendo él en el sitio adecuado, que no le tocara mucho la boca, que tan sólo con las piernas le marcara un poco cuando quería que se colocara, y que si lo dejaba, tendría sensaciones y sentimientos que jamás había tenido, como así fue.
Tras ver en directo y desde cerquita cómo iban ellos, llega el momento tan esperado, parecía que aquel sueño se iba haciendo realidad. ¡¡Vamos José Antonio, dale a ese caballo que galope!!
Ojú chiquillo, esas palabras parecían las de mi tío Ángel Antonio cuando yo era “chico” te daba una cadena y te decía que fuera a amarrar los galgos…¡¡dos o tres minutos a galope tendido viendo una carrera desde cerquita!! El corazón late más deprisa, más fuerte, con más ganas, aunque hay que templarlo, como a los caballos…
Las indicaciones de los profesores se escuchaban como a lo lejos, aún estando galopando a tu lado a un metro escaso, palabras que debías oír sin dejar de prestar atención al movimiento de la vaca, al de tu caballo, al palo…
Tras aquel primer encuentro o conjunción de sentimientos, paré al caballo y nos abrazamos…¡¡Mi primera echada!!
Se me quedó una cara donde se vislumbraba una sonrisa de felicidad que ya no pude quitar en toda la tarde. Después de aquella primera echada, hubo algunas más, unas delanteras, otras bajas, palos por alto… pero no escuché ni una queja de nadie, tan sólo palabras de ánimo.
Aquella noche, no sin antes acomodar a la yegua, salí hacia Moraleja, donde pasaría la noche. No quise quedar con nadie para cenar, ya que quería recordar en soledad todos y cada uno de los sentimientos que estaban llegando…
La mañana siguiente llegué a la finca muy temprano, con la intención de mover un poco a la yegua antes de empezar con las clases teóricas. Dando un paseo, recordaba el día anterior, en el corredero que estaba pisando, es esos momentos de reunión de personas y animales, en esa magia que se produce cuando dos caballos, dos jinetes y una vaca se juntan y perecía la misma magia que yo sentía cuando en mitad de una cacería de liebres se oye…”aquí está echá…” y caballos, jinetes, perros y liebre empiezan esa carrera por la vida.
Durante las clases teóricas, ninguno de los alumnos perdíamos “puntá”, no he visto ojos más abiertos en mi vida. ¡Si mis alumnos en el instituto tuvieran el mismo interés…!
Todo era nuevo, las explicaciones de los dos maestros que conocí el día anterior y las de D. Rafael Molina que llegó aquella misma mañana, eran algo que no se podía perder uno. Recordaba mis clases en la facultad, donde se cogían apuntes “a toda mecha” para no olvidar las explicaciones.
Tras un tiempo de teoría que se pasó volando, pasamos a degustar una exquisita comida que María, esposa de Israe,l nos había organizado.
El momento de empezar la práctica fue maravilloso. Se notaba en todas nuestras caras esa ilusión de un niño la noche de Reyes, esos nervios contenidos ante lo que nos iba a deparar la tarde.
Nos repartimos en colleras con cada uno de los profesores, que se encargaron que nuestro sueño se hiciera realidad.
A mi me tocó con Miguel, aquel señor que el día anterior me había prestado uno de sus caballos, y que le estaré agradecido toda la vida. Las explicaciones eran concisas, precisas, denotando una afición y unos sentimientos en todo lo que decía, dándole sentido a cada indicación que nos daba, intentando que surgiera la magia que imagino que el ha sentido tantas y tantas veces y que pretendía que nosotros también sintiéramos.
Yo me preocupaba de que no tuviera que decirme las cosas dos veces, no siempre conseguido, pero se intentó. Hubo momentos que se quedan, como aquella voltereta en la que me ayudaron a dar mientras llovía, con el campo en silencio, tan sólo se oía correr a la vaca y los cascos de los caballos, su respiración, y tras las palabras indicativas de Miguel y la ayuda impagable de su amparador, hubo una conjunción de planetas en aquel instante, campo, caballos, amigos, vacas y…”patas p´arriba…”.
Otro momento fue un poco más tarde, donde una vaca que no andaba ya mucho, se nos presentó y Miguel me comentó que pesaría demasiado, que si la corríamos, y por supuesto mis palabras fueron “vámonos p´alante…”. Fue genial cuando antes del gran momento escucho a mi maestro decir…”finita José Antonio…finita…” yo lo entendí como que a aquella vaca había que arrimarse, templadito, apuntar cerquita y apretar fuerte las piernas, como así fue…”patas p´arriba de nuevo”. Cogí tan sabio mensaje de alguien que sabía ya por dónde había que “meterle mano”…
Tras una tarde de aprendizaje y cómo no, de sentimientos encontrados, me dirigí hacia Plasencia con una sonrisa de oreja a oreja, con un sentimiento de bienestar interior y paz mental, que aún ahora, dos días después, aún perdura…
Esa faena de campo llamada ACOSO Y DERRIBO, es algo más que dos amigos, dos caballos, dos palos y una vaca, esa faena de campo es un sentimiento…

Mis más profundos agradecimientos a todos y cada uno de los que habéis hecho posible que uno de mis sueños se cumplan.

Un fuerte abrazo a todos.
 
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Ecijano, como me he emocionado leyendo esas preciosas palabras, llenas de sentimientos, admiración y agradecimientos, puf, me ha dado pena hasta que se acabara el relato que nos estabas haciendo.

Y desde aquí también mi pesame por la pérdida que has sufrido.

Un saludo
 
Has sabido plasmar en unas pocas palabras el sentimiento de un arte, seguramente lo has escrito según salían las palabras de tus pensamientos, transmitiendo cada sensación y así es cómo se hacen estas cosas!! Siento lo de tu padre, ha debido de ser duro. Volviendo al tema que nos ocupa, hace poco yo también estuve en un clinic, no de acoso ( en el que gracias a tu relato me gustaría participar...) sino de doma vaquera y mis sensaciones fueron las mismas, os pongo en mi situación: Chico con una experiencia de 5 meses en equitación, caballo mal domado y rodeado de gente con grandes conocimientos al menos para mí que no se ni hacer un apoyo.

Cuando yo me inscribí el organizador y amigo mío me animó diciendome que era para todos los niveles y que iba a sacar mucho de allí. Me daba vergüenza salir a pista con mi caballo pequeño y torpe pero al final me animé y aproveché las enseñanzas del maestro impartidor del Clinic (D. Francisco Díaz "Pajito") me sirvieron para mejorar algun que otro detalle que no me gustaba de mi caballo. Y en próximas ediciones volveré a estar allí, para ir mejorando!

Gracias por tu relato porque si ya me llamaba lo del acoso y derribo me ha picado el gusanillo por aprender en lo posible de esta disciplina, aunque tenga que empezar por acostumbrar a mi caballo al ganado y más cuando pretendo ir a algun encierro en mi zona a la vez que yo adquiera muchos conocimientos que me faltan para llegar a considerame jinete.

Un saludo a todos y gracias por el relato Ecijano
 
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