Don Juan Belmonte García
La ultima corrida en la vieja Plaza de Toros de Madrid
Quiero hablaros de la última corrida en la vieja Plaza de Toros de Madrid, es un episodio taurino histórico y creo que merece la pena recordarlo.
Aquella Plaza era especial por lo que cuentan, tan intima, donde desde las filas altas de un tendido (no tenia mas que doce) se veía parpadear a la jaca en la arena, aquella Plaza testigo de tantas épocas brillantes del toreo, aquella Plaza que al caer abatida por el pico de los albañiles, no escavadoras, ni grandes maquinas, sudor de hombres desconocidos, sudores que se llevaron entre sus escombros tantas cosas buenas de toreros, ganaderos, empresarios. Aquella Plaza en la que se pudo ver a Joselito, Belmonte, Vicente Pastor, Gaona, y muchos otros, por seis pesetas, si, por seis pesetas una primera fila de sombra, seis de nuestras antiguas pesetas.
Escribo estas líneas en el mes de noviembre de 2008, puede ser casualidad pero todo lo que intento contaros fue un día de este mismo mes de noviembre, hace setenta y siete años, mas exactamente todavía fue un viernes 6 de noviembre de 1931.
Este viernes era un día frío y desapacible, era noviembre y la tarde se reservaba solo para los taurinos de verdad, media entrada en la vieja Plaza de Toros de Madrid.
Tarde solo para los taurinamente cabales, bufandas, guantes y gabanes. En las calles gritos, buñuelos de viento, castañas asadas por las esquinas. No era tarde de toros. Pero un buen aficionado no puede perder la oportunidad, había que decir adiós a la Plaza, esa vieja Plaza de Toros de Madrid, esa de tanto abolengo taurino.
El cartel fue este (¡atención a la historia taurina!): dos novillos de Aleas, para el caballero rejoneador don Juan Belmonte. Y cinco novillos de Alipio Pérez Tabernero y uno de Aleas, para los novilleros Antonio Iglesias, Félix Rodriguez II, Rebujina, Niño del Matadero, Joselito de la Cal y Palmeño II.
Al aparecer don Juan Belmonte sobre su preciosa jaca, el publico, en pie, le ovaciono de manera tan cordial y calurosa, que Belmonte, curtido ya en tantísimas tardes de apoteosis, no pudo vencer su emoción, y mientras daba la vuelta al ruedo sobre esa fabulosa jaca, don Juan Belmonte iba llorando. Quiero pensar que se despedía de la Plaza. Iba llorando. Rejoneo a su primer novillo muy lucidamente a lomos de su jaca, después echo pie a tierra y dio tres pases de muleta tan puros y maravillosos que los cimientos de aquella vieja Plaza crujieron. Un pinchazo y media estocada. Se reprodujo la ovación, la gente estaba emocionada y vuelta al ruedo.
Y salio el segundo novillo de rejones, un Aleas negro, recortadito, muy nervioso y alegre. Belmonte confiado en su buena jaca le consintió, dejándole la jaca a merced de sus pitones, hizo varias pasadas sin poder clavar el rejón, hasta que una de las veces metió el brazo con tal ímpetu, que doblo el rejón. Entonces don Juan Belmonte se apeo de su jaca y tomo el capote. El tendido como loco, ovación atronadora y una intensa emoción en la Plaza. En los tercios del 10 se fue al novillo con el capote plegado. Traje campero: zajones, chaquetilla de alamares, sombrero ancho…. De esa guisa piso el terreno del toro y le porfió gallardamente. Hubo una pausa magnifica. La vieja Plaza en silencio. Y fue entonces cuando se produjo el momento de más intensa emoción en aquella histórica tarde de noviembre, fría y desapacible. El novillo se arranco descompuesto, sin dar tiempo a Belmonte a vaciarlo y lo cogió de lleno por el vientre, y prendido de los zajones se lo llevo de los tercios del 10 a los del 1. Allí lo dejo en el suelo, encogido y maltrecho. No pudo levantarse. Una emoción de angustia ahogaba la vieja Plaza. Cuando recogieron del suelo a Belmonte, los zajones estaban desechos, y el sombrero ancho, con el ala abatida… Don Juan Belmonte estaba mortalmente pálido.
Tranquilizaros a todos, no fue nada por fortuna, solo una ligera conmoción.
Después salieron los novillos de Alipio Pérez Tabernero, que dieron buen juego y cortaron orejas el Niño del Matadero, Rebujina y Félix Rodriguez II.
Espero disfrutarais con este episodio histórico taurino, para los más curiosos o aficionados a todo esto:
El último toro que se lidio en la vieja Plaza de Toros de fue de Aleas, se llamaba Aceituno, era negro, zancudo, y recogido de pitones. Salio de los toriles a las cinco y diecisiete minutos de la tarde. Le corrió a punta de capote el peón Torquito. Aceituno tomo tres varas de los picadores Anguila y Antonio Díaz. Le clavaron dos pares de banderillas Torquito y uno Rafaelillo. Palmeño II le dio al de Aleas diecisiete pases y media estocada y a las cinco y treinta (hora solar) doblaba para siempre Aceituno, el último toro que se lidio en la vieja Plaza de Toros de Madrid.
Agradecer a las personas que dejan la letra impresa para el recuerdo y que sin ellas no podríamos saber lo que paso, en especial a M. López-Marín que dejo acta del último toro que se lidio en la vieja Plaza de Toros de Madrid.
Alipio Pérez Tabernero
De este ganadero se lidiaron cinco novillos en esta tarde de la última corrida en la vieja Plaza de Toros de Madrid.
Don Juan Belmonte
A la puerta de su cortijo de “Gómez Cardeña”

Dicen que de joven toreaba de noche, sin ropa, con una chaquetilla prestada a la luz de la luna, esquivando a los mayorales y a la Guardia Civil.
En su primera corrida en la Maestranza tiró la espada, hincó las rodillas y gritó al toro: «Mátame». Para los entendidos no era tremendista, era suicida.
Su valor se puede resumir en la frase que exclamó El Guerra (un matador de toros muy reconocido cuando comenzaba Belmonte su carrera): "el que quiera verlo torear que se dé prisa".
Su consagración definitiva como novillero seria el día que debutó con caballos, fue en Sevilla el 24 de Julio de 1912, novillada benéfica a favor de la hermandad de San Fernando. El alboroto que formó el joven Juan a los novillos del duque de Tovar fue tal que una muchedumbre enloquecida le llevó a hombros a la puerta de su casa sin percatarse incluso que estaba herido en una pierna.
Don Juan Belmonte
En la Maestranza y a beneficio de la Bolsa de Caridad de su Hermandad del Cachorro.
Además de torero y rejoneador, fue cofrade, era mucho (como se dice) de la Hermandad del Cachorro. En la foto 9 de Junio de 1924, tras dos años de ausencia reapareció como rejoneador, en la Maestranza y a beneficio de la Bolsa de Caridad de su Hermandad del Cachorro.
Se cuenta de Don Juan Belmonte una anécdota muy simpática.
En su tertulia del desaparecido bar Los Corrales, donde tomaba café en compañía de sus amigos, al pagar entrego un billete de mil (de nuestras antiguas pesetas), lo que era una exorbitante cantidad en la época, el camarero mientras miraba el billete se excuso diciendo que le era imposible devolverle el cambio, Belmonte miro hacia la calle, sin pensarlo llamo a un joven que pasaba por allí y el matador le pido que se acercara al también desaparecido Banco Mercantil, por cambio. Sus contertulios le recriminaron el exceso de confianza, a lo que el maestro Belmonte replico, "Mira si se queda con el dinero es porque le hacia falta "; para sorpresa de todos el joven volvió con el cambio, y el diestro sonriente le recompenso diciendo " Toma veinte duros por haber ido y toma otros veinte por haber vuelto “.
Don Juan Belmonte
Un hombre extraordinario, en esta foto toreando a campo abierto, como a el le gustaba, tranquilo sin la preocupación de los públicos, aquí en el campo el fenómeno de Triana torea a su gusto.
El toreo de Juan Belmonte es trascendental para la historia taurina es un toreo muy personal, con un estilo propio, basado en las suertes básicas, que impone una revolución artística en la forma, en el arte de torear. Rompe con el concepto tradicional de la lidia, hasta su aparición torear consistía básicamente en sortear las acometidas de los toros, con más o menos valor, suerte y gracia.
Belmonte buscó siempre una estética, su extraordinario dominio de los terrenos le permitió ejecutar el toreo de una forma nueva, despacio y con una cercanía nunca vista. Puso en práctica los tres tiempos de la lidia: parar, templar y mandar, a lo que más tarde agregó cargar la suerte. Trataba de buscar una armonía entre él y el toro en unas cercanías hasta entonces desconocidas. Su actitud en la Plaza, delante del toro no es de defensa, sino que el toro se convierte en un colaborador, un compañero para trabajar en corta distancia, aumentando el riesgo y así se concreta en una figura escultórica.
Rompió con todo lo anterior, transformando el "o te quitas tú o te quita el toro" por "no te quitas tú ni te quita el toro si sabes torear". De este modo, con el capote, con los brazos muy pegados al cuerpo, ejecuta una verónica, y sobre todo una media verónica de una manera muy personal. Con la muleta destaca sobre todo toreando al natural, aunque no suele torear en redondo, destacando también con el pase de pecho. Es habitual en él la ejecución del molinete como remate del pase cambiado por bajo. Maestro del temple, y del toreo despacioso supo imprimir a su toreo de un estilo personalísimo y rompedor con lo tradicional.
La idea de torear quieto se convirtió en el deseo de todo torero, aunque con el toro de entonces no era siempre posible. La aportación del Pasmo de Triana fue sobre todo estética, su carácter y arte revolucionario le convirtió para siempre en mito.
Don Juan Belmonte con el mayoral de su ganadería,
Montados en sus jacas, vigila de cerca sus toros en la finca de Gómez Cardeña
El acercamiento de los intelectuales a la Fiesta, fue mérito de Belmonte, que desde novillero se aficionó al trato de Valle-Inclán, Pérez de Ayala, Romero de Torres y otros artistas taurófilos. Es famoso el diálogo con Valle:
- Ahora, Juan, ya sólo te queda morir en la plaza.
- Se hará lo que se pueda, don Ramón, se hará lo que se pueda.